DC: Los jornaleros viven al filo de la precariedad

Unos 100 de ellos esperan día tras día en Home Depot, que alguien los contrate

ESPECIAL PARA EL TIEMPO LATINO

Para los jornaleros de Washington, DC salir en busca de trabajo, a la plazoleta de Home Depot, es como ir al prado en busca de un trébol de cuatro hojas en invierno: casi imposible encontrarlo. Mario Monasterios es uno de los que languidecen a la espera de que alguien, por unos cuantos dólares, lo lleve a cortar el césped, a mover un mueble, a levantar o derribar una pared.

“Encontrar trabajito está bien duro durante la pandemia”, dice este jornalero. Su experiencia como soldador de puertas a control remoto vale menos que sus 73 años, a los ojos de un contratista que quiere obreros jóvenes y saludables.

“Hay que jugar a la suerte cada día. Sufrimos porque no nos pagan y porque no hay trabajo. Nadie se compadece de nosotros”, se lamenta este inmigrante que vino a Estados Unidos hace 16 años. El mes pasado sus hijos le enviaron 500 dólares desde Bolivia para ayudarle a pagar la renta de un cuartito que alquila en un sótano, no muy lejos de Home Depot.

Se estima que en DC hay unos 150 jornaleros, 100 de ellos diariamente llegan hasta Home Depot. Con la pandemia al galope y el invierno a las puertas, los ojos de los jornaleros solo ven una tormenta de ansiedad, escasez y largos meses “sin jale”, así ellos se refieren a la falta de empleo.

La pandemia los ha empujado al límite de la precariedad, pero incluso antes del coronavirus muchas veces estaban condenados a trabajar sin paga, sin posibilidades de denunciar porque son indocumentados y tienen miedo.

“Estamos cansados, nadie nos presta atención. Somos víctimas de la pandemia y de una epidemia de robo de salarios y de desdén de las autoridades”, dice Arturo Griffiths, líder de Trabajadores Unidos de Washington, DC, organización que defiende sus derechos.

Casi todos los que hablaron para El Tiempo Latino resaltaron dos enfermedades adicionales al COVID-19 que los están destruyendo: el alcoholismo y la depresión. “No tomo, pero los entiendo, cuando dicen que ya no pueden más. Es muy duro pararse en una esquina día tras día sin esperanza. Solo los que tienen suerte agarran [trabajo] y a los viejos nadie nos quiere”, dice Monasterios.

Así es el jornalero de DC

Son hombres jóvenes, aunque también algunos están sobre los 65 años. Más de la mitad son salvadoreños, un 30% guatemaltecos, algunos hondureños, unos cuantos son bolivianos y peruanos. De vez en cuando se cola una que otra mujer en esa fuerza laboral a todo terreno. También hay africanos y afroamericanos, estos últimos tiene las de ganar, hablan inglés y tienen auto para movilizarse a los sitios de trabajo.

“Es la segunda generación de campesinos, entre los 17 y 22 años, víctima de las secuelas de las guerras centroamericanas. Son los que aguatan en silencio, saben lo que es el trabajo duro y algunos no hablan español”, es el retrato a breves rasgos de los jornaleros de Washington DC que hace Carlos Castillo, presidente de Trabajadores Unidos.

Según Griffiths, “los jornaleros que se reúnen en Home Depot, en Mount Pleasant y en la 14 son los más vulnerables, olvidados e invisibles. Están expuestos al sol, al frío a la lluvia y a la nieve; sin salud, sin dinero, sin nada de nada, pero nadie los quiere ver”. Es fácil perderles el rastro y el contacto, porque es una fuerza laboral que se moviliza entre DC, Maryland y Virginia, tienen teléfonos celulares de prepago y sin dinero lo primero que cortan es este servicio.

Siempre están listos a cargar material pesado, a trasladar abultadas cajas y muebles, a derribar una pared, a pintar, a mezclar concreto, a sacar tierra de una zanja, a limpiar techos sin protección y expuestos a accidentes de trabajo. “Con la pierna o la mano rota deben trabajar, de lo contrario su dormitorio será la calle, para muchos ya lo es”, asegura Griffiths.

Entre la esperanza y la caridad

Muchos se han contagiado de COVID-19 y algunos como don Juan se murieron. “Venía siempre a Home Depot, era de los que no creía en el coronavirus, terminó en el hospital, estaba muy mal, murió en soledad”, cuenta Luis Martínez.

Ni los siete años de vivir en un albergue, ni las incontables ocasiones que los contratistas lo estafaron han arrebatado a Martínez su indómita fidelidad a la esperanza. Estos días abriga la idea de que tal vez el presidente Joe Biden hará algo por jornaleros, que como él no están en el grupo de los Dreamers ni del TPS.

“Trump construyó un escenario de racismo. De eso se valieron muchos contratistas para maltratarnos. Llevo 11 años acudiendo a Home Depot y necesitamos un centro de trabajadores que nos capaciten y defiendan nuestros derechos”. Mientras Martínez espera que el gobierno de Biden le dé una alegría, a su estómago lo llena con “huevitos, frutita y pollo” que le dan en la iglesia El Buen Samaritano.

Lo mismo hace Miguel Alarcón, que es carpintero y electricista, pero si lo llaman a pintar paredes con gusto se va. “Los fines de mes están volviendo las mudanzas, gracias a dios con esos trabajitos estoy pagando la renta.

El dueño de casa es razonable y me espera”. Para la comida hace fila en los bancos de alimentos.

Una mano amiga

Ludy Grandas es profesora de American University. Su cátedra y sus estudiantes crearon un vínculo de mutua solidaridad con los jornaleros de DC. Han hecho exhibiciones, foros y los jornaleros han compartido sus historias en las aulas.

Cuando llegó la pandemia encontró otra manera más tangible de ayudarlos: la Universidad les facilitó un pequeño camión, solicitaron alimentos de Food for All y desde entonces cada viernes, Grandas y sus estudiantes llegan a Home Depot con 60 fundas pesadas de harina, vegetales, carne, leche, fruta y huevos a repartirles a esos “seres humanos que cada día ayudan a construir la ciudad, que pagan impuestos y sufren una gran soledad”. Algunos solo se llevan las frutas y los jugos porque no tienen donde cocinar.

“Ellos mismo se organizan, se ponen en fila y respetan en distanciamiento”, dice Grandas, que además está convencida que los jornaleros, con o sin trabajo, llegan hasta Home Depot porque “es único lugar donde socializar y tener compañía, porque algunos solo alquilan una cama para dormir”.

Monasterios es uno de ellos.

“Tengo que ir todos los días, si me quedo en el cuarto me vuelvo loco”. Los alimentos que recibe los cuece en una olla de presión, que además le sirve de plato y tazón.